A finales del siglo XV, la peste bubónica, también conocida como la peste negra, asoló de manera catastrófica diversas partes de Europa, incluida la península ibérica. En este contexto, la ciudad de Écija no fue ajena a los efectos devastadores de esta epidemia. En el mes de octubre de 1487, un brote de peste comenzó a propagarse con rapidez por la comarca, afectando no solo a Écija, sino también a otras localidades cercanas como Córdoba. El impacto de esta plaga en la población fue incalculable, exacerbando el temor y la desesperación de los habitantes que, en su angustia, buscaban toda posible protección ante la muerte.
Guerra de Granada (1482-1492)
Écija, como otras ciudades andaluzas, estaba directamente involucrada en los conflictos derivados de la Guerra de Granada (1482-1492). Durante ese período, la ciudad fue un importante centro militar, con la llegada de tropas, desplazamientos de civiles y contactos frecuentes con las tropas de los Reyes Católicos y otros ejércitos de la región. Estos movimientos de personas, sumados a las condiciones de hacinamiento en los campamentos militares y la falta de medidas sanitarias efectivas, pudieron haber facilitado la propagación de la peste, ya que la enfermedad se transmite rápidamente en lugares con alta concentración de personas.
En este ambiente de desesperación, el cabildo de Écija, órgano de gobierno eclesiástico de la ciudad, tomó una decisión que refleja la profunda devoción religiosa de la época. El 29 de octubre de 1487, tras conocer la extensión de la peste probablemente surgida en la ciudad, se acordó celebrar una procesión en honor a su protectora; la Virgen Santísima del Valle, que se realizaría el sábado 3 de noviembre. Esta procesión tendría un carácter especial, ya que se trataba de un acto de imploración y protección divina frente a la plaga que amenazaba la vida de los ecijanos.
La imagen de Nuestra Señora, que se encontraba en su monasterio a extramuros de la ciudad, fue trasladada en procesión sobre unas andas de plata para que la población pudiera venerarla. En la misma sesión del cabildo, se ordenó que durante el recorrido de la procesión "cesaran los oficios", lo que implicaba que todas las actividades cotidianas debían detenerse para permitir que toda la población pudiera asistir al acto. Esta disposición muestra la importancia de la devoción popular en momentos de crisis.
El temor generalizado ante la peste, una enfermedad devastadora que se extendía con rapidez y sin piedad, llevó a la gente a poner su fe en las manos de la Virgen, a quien se le atribuía poder de intercesión en momentos de calamidad y que ya había salvado la ciudad de otros tantos males.
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